El Portal del Echaurren - Mis estrellas Michelín

En febrero llegamos al Echaurren con muchísima ilusión, lo que hace que puedas salir más defraudado si las cosas no van del todo bien. Íbamos tres parejas, una de ellas invidente en viaje de amigos.
Desde el principio nos sentimos bien, se entra por el mismo sitio a ambos restaurantes, el tradicional y el Portal. El ambiente de la zona común estaba muy bien, con una pequeña barra donde había gente tomando cañas y un caldito que olía muy bien. Pasamos a una zona de recepción  ya del Portal donde tres aperitivos y un chico sevillano (en la Rioja) muy majo y muy profesional nos comenzó a llevar a una gastronomía de elevadísimo nivel. Sorprendentes la copa de vino que acabó siendo una infusión de frutas rojas con plantas aromáticas o las aceitunas negras impecables  que eran esferas de queso, anchoa y pimiento rojo. Nos pasearon por la calle Laurel de Logroño.
Pasamos a la cocina donde Francis nos recibe con dedicación y cercanía. Nos presenta la cocina tradicional y la del Portal que comparten espacio. Se ve bullir. Ofrece los siguientes aperitivos y él mismo ayuda y describe los platos con gran cariño a nuestros amigos invidentes. Sería mucho escribir sobre todas las delicias que nos pusieron (24 platos en total contando los aperitivos). De los que nos puso él destaco el bocado de Tondeluna. No creí nunca que un pan con mantequilla pudiera llevarte hasta ese paraje, pero lo consigue.
El punto siguiente es en el comedor, agradable, música que no molesta. Muy cómodo, lo que se agradece porque estuvimos cuatro horas disfrutando de todo aquello. Es casi impecablemente blanco. Transmite serenidad. Los dos chicos y la chica que nos atendieron son unos verdaderos encantos y muy profesionales. Nos ayudaron con nuestros amigos invidentes a trasportarlos al mundo de las sensaciones a través de los aromas ya que la estética maravillosa no la disfrutaban igual.
Destaco que en ninguno de este tipo de restaurantes me han intentado clavar algo de precio brutal sin esperarlo, pero en este caso me encantó ese aspecto. Pedimos la carta de vinos. Nos trae un libro que era un placer hojear, pero teníamos que comer antes de que anocheciera por lo que llamamos al sumiller y le decimos que queremos un Rioja (por eso de estar allí) que no fuera muy ácido y que no supiera mucho a madera, ambas características de los vinos de la tierra. Nos dice que se lo ponemos difícil pero la verdad es que lo clava. ¡Qué sugerencia más buena nos hizo! No me gustó mucho que no nos dijera el precio en el momento (no le preguntamos), podía habernos traído cualquier cosa y nos trajo lo que pedimos por 25 € la botella. Me gustó mucho por lo que memoricé el vino y la añada y lo busqué en casa: 17 €. Es decir, no clavan absolutamente nada. Igual con los cafés, con variedad e infusionados muy peculiares por poco más de 2 €.
El resumen es un gran servicio, agradable, no invasivo y profesional. Un aplauso.
El resto de platos fue un festival de los sentidos. A mi el que más me gustó fue la cigala y pil-pil de nueces de Ezcaray, sublime.
Ante las intolerancias se portaron también muy bien cambiando directamente los platos por otros diferentes de nivel similar.
Con respecto a los invidentes que nos acompañaban destacaré la buena accesibilidad al local, cuartos de baño y todas las estancias por las que nos movimos. Muy bien en ese sentido. El trato hacia ellos, perfecto. Dirigiendo hacia los aromas y texturas sus sentidos.
Francis Paniego nos despidió con el mismo cariño que nos recibió. Se lo agradecemos de corazón.

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